Entre basilíscos y atónitos
El pasado 19 de junio amaneció un día extremadamente caluroso. Resultó ser, a medida que transcurrían las horas, una jornada muy acalorada en todos los sentidos: climáticos, políticos e ideológicos.
Madrid despierta con los preparativos de las múltiples manifestaciones programadas desde meses atrás (desde marzo) por distintos partidos y colectivos de izquierda, entre ellos el PCPE, la Coordinadora Sindical de Madrid (CSM), Alternativa Sindical de Trabajadores (AST), Izquierda Castellana, Corriente Roja, la Asamblea Contra la Globalización Capitalista y la Guerra, la Organización Revolucionaria Antifascista y Unión Proletaria, entre otros, como continuación de la lucha tras la huelga general del 29-S de 2010. Policías por todas partes, las principales vías cerradas y el zumbido atenazado de los helicópteros cruzando los espacios azules de un cielo enteramente despejado.
Las multitudes parten de los cuatro puntos cardinales, de las periferias de la ciudad, avanzan como hormigas bajo el calor, alternativamente rápidas y lentas, con la mira puesta en la Plaza Neptuno. Algunos miembros de las células del partido se suman a las manifestaciones en la periferia, justamente por ser sus zonas naturales de trabajo militante.
La mayoría de la militancia llega al Ministerio de Agricultura, se incorporan a la columna de Vallecas, en la que vienen integrantes del espacio político y sindical Hay que pararles los pies, específicamente los colectivos de AST y Comisiones de Base (CO.BAS). Y de repente, comienzan los primeros síntomas de lo que será la tónica general de la jornada con relación al PCPE: un grupo de manifestantes del Movimiento 15-M se acercan, congestionados y exigen al PCPE que deponga sus banderas. La congestión pudiera ser producto de la inclemencia climática, pero no, más bien es su reacción ante una clara identificación ideológica, más aún, de color rojo, más aún, comunista. Los y las camaradas les informan sobre la convocatoria del 19-J, sus orígenes, sus propósitos; que no es una convocatoria del 15-M, que ellos (los autodenominados indignados) se han adherido a la convocatoria original, pero que justamente por eso, no pueden condicionar nuestra participación. No hay forma de dialogar. En su versión, ésta es su marcha, únicamente de ellos. Y ellos fijan las reglas.
Apartándonos, vemos a lo lejos algunas banderas revolucionarias, con la hoz y el martillo, que vienen de Vallecas. Y cuando están a nuestra altura, nos sumergimos en la manifestación y en la canícula, aferrándonos a las banderas como a los mástiles de un barco al que de ningún modo se puede dejar desaparecer en un mar anodino. Y junto con el sindicalismo de clase, allí va ese cortejo festivo, rabioso, irreverente, rojo, del PCPE, junto a los y las camaradas de Unión Proletaria, con las banderas ondeando, las consignas altas desgarrando gargantas, con la sangre joven y el sueño viejo animándonos el pecho, a medida que se suceden imprecaciones inverosímiles (oportunistas, sinvergüenzas, políticos profesionales, “vendremos luego a darles un repaso con unos amigos”, fuera las banderas y demás). Y es que la acogida al cortejo fluctúa entre las frecuentes irrupciones de unos basilíscos que exigen lo imposible (“quitar” las banderas) y la mirada de multitudes atónitas (entre inquietas e hipnotizadas) que observan a los y las camaradas como quien descubre un mundo inédito, el de la existencia de una actitud contestataria que jamás imaginaron que pudiera existir, no en la marcha, sino sobre la faz de la tierra. Descubren una histórica tradición de lucha como quien observa un ovni, un algo inclasificable del que no se puede apartar la vista.
Todo ese sector de la manifestación humea. El calor asciende desde el asfalto, pero lo que más reverbera en la atmósfera es la rabia de los y las comunistas por las agresiones verbales, por las pretensiones irrespetuosas, por las exigencias ignaras. Al PCPE y al sindicalismo de clase los basilíscos y basiliscas alternativos le echan entonces en cara que mencionan en sus consignas el árbol genealógico de Botín, al patrón a propósito del despido de un obrero, el pisito del Principito y otras expresiones que tan por comunes en personas militantes, ya forman parte del anecdotario. Exponen con suficiencia atrabiliaria que esas consignas son irrespetuosas, que son una forma de violencia. Se les responde que la violencia la ejerce a diario el sistema, que describir la realidad no es tal. En vez de oír, vuelven a la cantaleta de retirar las banderas. Y la militancia les dice: “Si el fascismo no pudo hacernos bajar las banderas, menos ustedes”. De trasfondo, la apropiación mediática de una manifestación, el arrogarse la hegemonía por poseer la adscripción de un mayor número de desideologizados por m2 y muchas fotografías y vídeos al cortejo y a sus integrantes.
Finalmente, llegada a Neptuno. Una parte de la masa abadona la cabecera de la manifestación y cuando el PCPE quiere avanzar, sucede una sentada delante de sus banderas. Luego se averigua que en el código del Movimiento, una forma de aislar a los “violentos” y de identificarles para la organización era precisamente ésa, sentárseles delante. Y por supuesto, tomarles muchas fotos. Algunos de sus manuales indican que para luego enviar las imágenes a los cuerpos de seguridad del estado, para proceder a la identificación de esos cuerpos extraños a la paz social, es decir, a la pax romana. A esa hora, queda la huella del calor en los rostros de los y las camaradas, el que proviene alternativamente del clima, de la gallardía de haber afrontado la incultura política de muchos y el del orgullo de haber defendido las banderas comunistas. Son las 3:30 de la tarde del 19 de junio de 2011.
Madrid despierta con los preparativos de las múltiples manifestaciones programadas desde meses atrás (desde marzo) por distintos partidos y colectivos de izquierda, entre ellos el PCPE, la Coordinadora Sindical de Madrid (CSM), Alternativa Sindical de Trabajadores (AST), Izquierda Castellana, Corriente Roja, la Asamblea Contra la Globalización Capitalista y la Guerra, la Organización Revolucionaria Antifascista y Unión Proletaria, entre otros, como continuación de la lucha tras la huelga general del 29-S de 2010. Policías por todas partes, las principales vías cerradas y el zumbido atenazado de los helicópteros cruzando los espacios azules de un cielo enteramente despejado.
Las multitudes parten de los cuatro puntos cardinales, de las periferias de la ciudad, avanzan como hormigas bajo el calor, alternativamente rápidas y lentas, con la mira puesta en la Plaza Neptuno. Algunos miembros de las células del partido se suman a las manifestaciones en la periferia, justamente por ser sus zonas naturales de trabajo militante.
La mayoría de la militancia llega al Ministerio de Agricultura, se incorporan a la columna de Vallecas, en la que vienen integrantes del espacio político y sindical Hay que pararles los pies, específicamente los colectivos de AST y Comisiones de Base (CO.BAS). Y de repente, comienzan los primeros síntomas de lo que será la tónica general de la jornada con relación al PCPE: un grupo de manifestantes del Movimiento 15-M se acercan, congestionados y exigen al PCPE que deponga sus banderas. La congestión pudiera ser producto de la inclemencia climática, pero no, más bien es su reacción ante una clara identificación ideológica, más aún, de color rojo, más aún, comunista. Los y las camaradas les informan sobre la convocatoria del 19-J, sus orígenes, sus propósitos; que no es una convocatoria del 15-M, que ellos (los autodenominados indignados) se han adherido a la convocatoria original, pero que justamente por eso, no pueden condicionar nuestra participación. No hay forma de dialogar. En su versión, ésta es su marcha, únicamente de ellos. Y ellos fijan las reglas.
Apartándonos, vemos a lo lejos algunas banderas revolucionarias, con la hoz y el martillo, que vienen de Vallecas. Y cuando están a nuestra altura, nos sumergimos en la manifestación y en la canícula, aferrándonos a las banderas como a los mástiles de un barco al que de ningún modo se puede dejar desaparecer en un mar anodino. Y junto con el sindicalismo de clase, allí va ese cortejo festivo, rabioso, irreverente, rojo, del PCPE, junto a los y las camaradas de Unión Proletaria, con las banderas ondeando, las consignas altas desgarrando gargantas, con la sangre joven y el sueño viejo animándonos el pecho, a medida que se suceden imprecaciones inverosímiles (oportunistas, sinvergüenzas, políticos profesionales, “vendremos luego a darles un repaso con unos amigos”, fuera las banderas y demás). Y es que la acogida al cortejo fluctúa entre las frecuentes irrupciones de unos basilíscos que exigen lo imposible (“quitar” las banderas) y la mirada de multitudes atónitas (entre inquietas e hipnotizadas) que observan a los y las camaradas como quien descubre un mundo inédito, el de la existencia de una actitud contestataria que jamás imaginaron que pudiera existir, no en la marcha, sino sobre la faz de la tierra. Descubren una histórica tradición de lucha como quien observa un ovni, un algo inclasificable del que no se puede apartar la vista.
Todo ese sector de la manifestación humea. El calor asciende desde el asfalto, pero lo que más reverbera en la atmósfera es la rabia de los y las comunistas por las agresiones verbales, por las pretensiones irrespetuosas, por las exigencias ignaras. Al PCPE y al sindicalismo de clase los basilíscos y basiliscas alternativos le echan entonces en cara que mencionan en sus consignas el árbol genealógico de Botín, al patrón a propósito del despido de un obrero, el pisito del Principito y otras expresiones que tan por comunes en personas militantes, ya forman parte del anecdotario. Exponen con suficiencia atrabiliaria que esas consignas son irrespetuosas, que son una forma de violencia. Se les responde que la violencia la ejerce a diario el sistema, que describir la realidad no es tal. En vez de oír, vuelven a la cantaleta de retirar las banderas. Y la militancia les dice: “Si el fascismo no pudo hacernos bajar las banderas, menos ustedes”. De trasfondo, la apropiación mediática de una manifestación, el arrogarse la hegemonía por poseer la adscripción de un mayor número de desideologizados por m2 y muchas fotografías y vídeos al cortejo y a sus integrantes.
Finalmente, llegada a Neptuno. Una parte de la masa abadona la cabecera de la manifestación y cuando el PCPE quiere avanzar, sucede una sentada delante de sus banderas. Luego se averigua que en el código del Movimiento, una forma de aislar a los “violentos” y de identificarles para la organización era precisamente ésa, sentárseles delante. Y por supuesto, tomarles muchas fotos. Algunos de sus manuales indican que para luego enviar las imágenes a los cuerpos de seguridad del estado, para proceder a la identificación de esos cuerpos extraños a la paz social, es decir, a la pax romana. A esa hora, queda la huella del calor en los rostros de los y las camaradas, el que proviene alternativamente del clima, de la gallardía de haber afrontado la incultura política de muchos y el del orgullo de haber defendido las banderas comunistas. Son las 3:30 de la tarde del 19 de junio de 2011.